La FLM trabaja para mejorar la calidad de vida de la población indígena Embera Dóbida en el Medio Atrato chocoano

Ofelia Caisamo pertenece a la etnia indígena Embera Dóbida. Ella y su esposo llegaron a la comunidad de La Pava hace varias décadas, buscando una vida mejor. Foto: FLM/R.Leskinen

El Medio Atrato chocoano está situado a una hora al norte de Quibdó navegando en embarcaciones rápidas por el rio Atrato, y su cabecera municipal es Beté. Este municipio se ha visto muy afectado por el conflicto armado. Sus habitantes, comunidades indígenas y afrodescendientes, padecen no solo como consecuencia del olvido del Estado y de la falta de acceso a servicios básicos, sino por los ataques y enfrentamientos entre los grupos armados, que las han obligado a desplazarse, a restringir sus movimientos o a confinarse en la zona, impactando gravemente en el ejercicio de sus derechos humanos, su seguridad física y alimentaria y su calidad de vida.

La población medioatrateña habita, en su mayoría, zonas remotas en un alto estado de precariedad, lo que la ha sumido en la pobreza y aumenta su vulnerabilidad frente a los desastres de origen natural y humano. Por ese motivo, la Federación Luterana Mundial- FLM Programa Colombia brinda asistencia a estas comunidades que habitan en la ribera del río Bebará, a través del proyecto “Asistencia humanitaria a poblaciones vulnerables afectadas por el conflicto en áreas rurales del Chocó”, que es ejecutado con recursos del Departamento de Ayuda Humanitaria y Protección Civil (ECHO, por sus siglas en inglés) de la Unión Europea,  y de la Iglesia de Suecia.   

Tres de las comunidades a las que la FLM dirige sus esfuerzos son las poblaciones indígenas Embera Dóbida (que significa “gente del río”) que habitan Chaquenandó, Chagadó y La Pava. En el marco del proyecto, sus pobladores han recibido artículos no alimentarios como utensilios de cocina y hogar (hamacas y toldillos), ropa, kits de higiene, entre otros.

También se ha facilitado su acceso al agua segura y se ha procurado mejorar sus hábitos de higiene, facilitar el acceso a medios de subsistencia y proveer alimentos para contribuir con la seguridad alimentaria. Todas las acciones tienen por objetivo reducir el riesgo por amenazas de origen natural o humano, brindar acompañamiento social, mejorar su protección, y analizar permanentemente las situaciones que afectan su salud y ponen en riesgo sus vidas.

Además del conflicto, los impactos negativos de la explotación de recursos naturales, como la minería, así como las sequías e inundaciones causadas por el cambio climático y el fenómeno de El Niño, dificultan constantemente la vida de los Embera Dóbida. Sin embargo, esta comunidad ha mostrado gran capacidad de resiliencia y se empeña en sobrevivir y superar todas las dificultades para continuar habitando su territorio.

 

“Esperamos que llegue la paz para poder vivir mejor”: Libardo Bailarín Casama

Libardo Bailarín Casama es el líder mayor de la comunidad indígena de Chaquenandó. Tiene 70 años y llegó hace décadas allí buscando esposa. Y la encontró. Tuvieron 11 hijos, pero tres de ellos murieron siendo aún pequeños: “Se murieron todos de diarrea y fiebre. El agua del río los enfermó y no pudimos llevarlos al médico”, cuenta Libardo, que ahora vive con su esposa, una hija y dos nietos y trabaja cosechando plátano, banano y yuca.

Dice que antes también cazaba y pescaba para conseguir el sustento, pero todo ha cambiado. “Sufrimos mucho por la falta de comida. Tenemos algunas gallinas y unos puerquitos, pero no es suficiente. Necesitamos más tierra para poder sembrar, para que nuestros hijos no sigan sufriendo y muriendo”, dice.

La zona es rica en recursos naturales, lo que ha generado y agravado el conflicto armado en la zona. Los grupos armados ilegales compiten por el control de los territorios y el espacio humanitario es limitado debido a la inseguridad. “A veces nos toca estar solo en la casa, sin hacer nada. No podemos ni cazar ni cultivar”, cuenta Libardo. Sin embargo, él y otros miembros de la comunidad insisten en seguir viviendo en sus tierras, el lugar donde han construido todo y han hecho su vida. Además, tampoco tienen otro lugar a donde ir.

Después de la última inundación que hubo en la zona, en 2015, Libardo y su familia recibieron alimentos no perecederos y un filtro para tener acceso a agua segura para el consumo humano, entre otros elementos para ayudarles a superar la situación y mejorar su calidad de vida. “Antes de que llegaran ustedes, vivíamos en el olvido, nadie había venido a saber cómo estábamos”, dice Libardo. “La FLM nos ha colaborado mucho y lo ha hecho bien. Los tanques y filtros de agua han ayudado a que la gente no se enferme y, si alguien se enferma, lo podemos llevar a la ciudad porque ya contamos con la lancha y el motor que nos dieron”, añade esperanzado.

Libardo dice que la comunidad de Chaquenandó espera que el conflicto termine para que los grupos armados abandonen la zona y sus habitantes puedan volver a vivir tranquilos: “Esperamos que llegue la paz para poder vivir mejor”.

 

“Cuando uno come bien, es feliz”: Ofelia Caisamo

Ofelia Caisamo también pertenece a la etnia indígena Embera Dóbida. Ella y su esposo llegaron a la comunidad de La Pava hace varias décadas, buscando una vida mejor “Queríamos cultivar y trabajar la tierra en paz,” cuenta Ofelia.

“Llegamos a este lugar y era puro bosque. Mi esposo y yo limpiamos todo, construimos nuestra casita. Sembrábamos yuca, piña, maíz y árboles frutales y teníamos gallinas. Mi esposo cazaba y pescábamos mucho. Era una vida feliz, pero muy dura”, dice. Tuvieron cinco hijos y cuatro hijas, de los cuales ya sólo sobreviven tres, dos hombres y una mujer. Su esposo murió hace años y, según ella dice, eso lo cambió todo: viuda y con varios hijos pequeños, Ofelia ya no podía cultivar, pescar ni cazar tanto como antes. Durante varios años los cultivos se inundaron o el sol quemó las hortalizas. Los niños sufrían de diarrea y dolores de estómago. El hambre los visitaba a menudo.

Ofelia dice que hace algunos años llegaron unos mineros y explotaron una mina de oro detrás del territorio que habita la comunidad. Les prometieron pagarles por el uso de la tierra y, acosados por la pobreza, los indígenas aceptaron. Pero la realidad es que los mineros se quedaron en las tierras de los Embera por muchos años y al irse, solo dejaron la tierra destrozada. Ahora solo hay piedras, no hay terrenos aptos para la siembra y el cultivo y donde quedaba la mina solo hay agua estancada. También la pesca y la caza han disminuido y las enfermedades ocasionadas por la picadura de mosquitos, como la malaria y el dengue, abaten a la comunidad.

Debido a lo remoto de su ubicación y a las dificultades de acceso, también como consecuencia del conflicto armado, y del olvido, en La Pava no hay presencia del Estado y la FLM es una de las pocas ONG que trabajan en la zona. “Aunque tenemos tantos problemas, aquí nunca nadie había llegado a ayudarnos hasta que ustedes vinieron, a nadie le interesa si vivimos o cómo vivimos”, dice Ofelia. Sin embargo, se entusiasma cuando habla del apoyo que ella, su familia y toda la comunidad han recibido de la FLM.

“¡Todo mejoró, todo nos gusta! Nos dieron utensilios de cocina, herramientas, un molino, y maíz y arroz para sembrar. Y todo lo usamos porque realmente lo necesitamos”, dice. “Lo mejor han sido los filtros para el agua lluvia, los niños ya no tienen diarrea ni dolor de estómago. Y a mí, como mujer, me hicieron muy feliz las nuevas parumas (prendas de vestir) que me dieron”, cuenta entusiasmada.

Actualmente, Ofelia vive con su hijo mayor, su nuera y su nieto. “Con la ayuda todo ha mejorado, ahora les toca trabajar y sembrar a los muchachos. Ya no tengo que ir al monte, ni ver culebras. Mi hijo y mi nuera  me cuidan mucho. Ahora comemos bien y, cuando uno come bien, es feliz”, dice con una sonrisa.