El accidente con mina antipersona que afectó a toda una comunidad

Cristo Pérez es un indígena U'wa de Arauca sobreviviente de un accidente con mina antipersonal. Ahora es miembro de la junta directiva de Asodigpaz, organización socia de la FLM para trabajar por mejorar la calidad de vida de las personas sobrevivientes y sus familias. Foto: FLM/Antonio Sánchez Salazar

 

Cristo Pérez se arrepiente de no haber hecho caso a un pájaro que, según dice, con su canto le indicó, mientras iba de cacería con su hermano, que podía haber algún peligro. Quizá, si hubiera estado atento al agüero, no habría pisado esa mina antipersona con la que tuvo un accidente en 2013 que por poco le cuesta perder una de sus piernas.

Cristo tiene 32 años, es padre de ocho hijos y pertenece al pueblo U’wa, cuyo territorio ancestral se extiende por los departamentos de Norte de Santander, Arauca, Boyacá y Casanare, al oriente de Colombia. Vive junto con su comunidad en el resguardo Cerro Alto Cibariza, en el municipio de Fortul, en Arauca.

“Cuando pisé la mina yo me asusté, ese aparato me alzó el brazo y la pierna, como uno ve en las películas, y me quedé ahí atontado, sin sentir nada, medio sordo, como mareado, y luego me caí al  suelo. Sentía como un calorcito y cuando menos pensé, en apenas un momento la bota se me llenó de sangre. Pensé que tendría fuerza para levantarme, pero no pude, entonces me quedé quieto”, cuenta con voz serena, esforzándose por contar su historia en español, que no es su lengua nativa.  

Después del accidente, el hermano con el que había ido al mediodía a cazar para llevar algo de comer a la casa de su mamá, ya anciana, fue a buscar ayuda y a alertar al resto de los indígenas del resguardo de lo que había pasado. Cuatro horas después, llegaron algunos amigos y familiares para sacarlo de allí. Casi a la media noche, una ambulancia lo recibió en el caserío Las Malvinas, de Fortul, desde donde lo trasladaron a Tame y luego a Saravena. En vista de que su estado era grave, lo mandaron a Cúcuta, al nororiente del país, cerca a la frontera con Venezuela, con una orden de amputación que una médica había firmado en Saravena.

Cuando pidieron su autorización para amputarle la pierna derecha se negó a firmar, confiado en que la salvaría. Su obstinación y la insistencia en ejercer aún en esas condiciones su identidad cultural y la autonomía sobre su cuerpo dieron resultado, pero perdió tres dedos del pie.

Dice que, según la cosmovisión de su pueblo, al haber ocurrido el accidente en una montaña y haber allí guardianes de la naturaleza, todo el entorno se alteró. Según él, al pisar la mina no solo él se vio afectado, sino que se regó una enfermedad, una infección. “En esos casos, se necesita una ayuda, un refuercito con la acción de los caciques mayores. Fueron ellos los que me dijeron que iba a recuperar mi pierna y así fue”, insiste.  

“Cuando los indígenas U’wa contraemos una enfermedad occidental, pues mandamos llamar al médico occidental (blanco); si ese médico hace el tratamiento y la persona no se cura, mandamos llamar al cacique, que es la máxima autoridad espiritual, porque quiere decir que hay una enfermedad tradicional. Los blancos no creen en esas cosas, pero nosotros pensamos que cuando, por ejemplo, una serpiente nos muerde (o, para el caso, pisamos una mina), el susto de la persona atrae a un espíritu maligno. Entonces hay que llamar a un médico indígena, a un cacique,  para que nos cure”.

Como consecuencia del accidente, Cristo perdió casi totalmente la vista de su ojo derecho y escucha muy poco por el oído de ese mismo lado, pero él afirma que el tratamiento que recibió por parte de las autoridades de su comunidad le ha ayudado bastante a recuperarse. Sin embargo, le entristece que el accidente le haya hecho perder sus posibilidades de formarse como médico tradicional de su comunidad: “Además de la salud, perdí más cosas, como la memoria y el conocimiento que tenía, por el susto y el sufrimiento que me causó pisar la mina”.

En una comunidad indígena como la de los U’wa, donde la base de subsistencia es el trabajo comunitario y la cooperación entre sus miembros, la discapacidad no solo afecta a quien la padece, sino a la totalidad del grupo. Por ese motivo, el accidente de Cristo generó aún más impacto.  

“Cuando tuve el accidente, todas las personas de mi comunidad se preocuparon mucho, no solo por mi salud, sino porque me gusta ser buena persona y ayudar a quien me necesita, como estaba ayudándole a mi mamá a conseguir algo de comer, aparte de yuca y plátano, cuando pisé la mina. Ahora ya no puedo trabajar como lo hacía antes porque si me esfuerzo siento dolor, y tampoco salgo mucho. Por suerte, mis hijos me ayudan y me cuidan. No es mucho lo que puedo hacer, pero le ayudo a mi esposa a hacer aseo en la casa, a cocinar, a pelar el platanito… aunque echo de menos poder trabajar en el campo y colaborarle a otros, pero eso ya no se puede”, dice.

Sin embargo, el accidente con la mina no acabó del todo con las posibilidades de Cristo para ayudar a otras personas: Desde 2014 hace parte de la junta directiva de la Asociación de Sobrevivientes de Minas Antipersonal Luchando por la Dignidad y la Paz- Asodigpaz, organización socia de la FLM en el departamento de Arauca en el proyecto “Prevención y Atención con Capacidad”, dirigido a beneficiar a las víctimas de accidentes con estos artefactos y a sus familiares y contribuir a mejorar su calidad de vida.

Cristo recuerda con entusiasmo la primera reunión a la que asistió y la invitación que recibió a participar en el proyecto: “Todavía tengo el papelito que me dieron ese día y a veces lo releo. Desde que estoy en la asociación he aprendido mucho sobre esos artefactos explosivos”, dice. Para él, Asodigpaz ha sido una importante red de apoyo: “He conocido personas que han tenido accidentes incluso más graves que el mío y entre todos nos apoyamos. Todos los miembros de Asodigpaz, tanto indígenas como no indígenas, estamos luchando por nuestros derechos, para que seamos reparados y que las personas en condición de discapacidad  por los accidentes con las minas accedamos a la pensión de invalidez que nos permita seguir adelante con nuestras vidas. En eso estamos”.

Según cifras de la Dirección para la Acción Integral contra las Minas Antipersonal de la Presidencia de la República, entre 1991 y octubre de 2016 ha habido 11.460 víctimas de accidentes con minas antipersona y munición sin explosionar en todo el país, de los cuales 630 pertenecen al departamento de Arauca que, de acuerdo con estadísticas del año 2013, tiene 256.527 habitantes. Arauca es, además, uno de los cinco departamentos que concentran el 53% del total de víctimas del país. Adicionalmente, el municipio de Tame, en el que Cristo tuvo el accidente, ocupa el segundo lugar en el país con más víctimas por Minas Antipersonal y Munición Utilizada Sin Explosionar. Durante el 2016 estos artefactos han causado 23 víctimas civiles, de las cuales cuatro están en el departamento de Arauca.

El proyecto “Prevención y Atención con Capacidad” ha brindado acompañamiento psicosocial a 42 familias de sobrevivientes que hacen parte de Asodigpaz, lleva a cabo procesos de orientación en las rutas de reparación a víctimas aportando a la eliminación de barreras de acceso a derechos de las personas sobrevivientes, y desarrolla en zonas rurales del departamento talleres de Educación en Riesgo de Minas (ERM), con el propósito de prevenir accidentes.

La pertenencia de Cristo a Asodigpaz y su relación con el proyecto le ha permitido a la Federación Luterana Mundial comprender y analizar en mayor profundidad la afectación diferencial que los accidentes con minas provocan en comunidades indígenas, pues, además de los daños físicos y psicológicos individuales en quienes sobreviven, estos tienen un impacto colectivo en la vida espiritual y cotidiana de la comunidad. El principal logro del proyecto en ese sentido ha sido la implementación de metodologías adaptadas e incluyentes para que estas comunidades accedan a información, según sus necesidades y respetando su identidad y su cultura, con enfoque diferencial.

Por su parte, la ayuda de la FLM ha sido determinante para Cristo: “ Son personas que nos colaboran, nos capacitan, nos ayudan de tantas maneras… a mí me han apoyado y animado mucho para que participe en las actividades, me han orientado en todo mi proceso. No tengo palabras para describirlo”, dice con una leve sonrisa.