Cuando se voltea el Yarumo… se crece el Atrato

Yesenia Perea. Consejo Comunitario de Samurindó, Chocó.

 

Cuando se dice a llover en el Chocó, literal el agua no cesa; y son los ríos quienes cobran más vida y recuperan sus caudales por la fuerza de las lluvias. Así le pasa al Río Atrato, que, con sus 650 kilómetros de longitud, y desembocando en el mar caribe en pleno Golfo del Urabá, arrastra lo que sea: madera, viviendas, cultivos y embarcaciones. Este afluente con su color café claro contrasta con el verde oscuro de la selva húmeda donde más llueve en el mundo. Este río fue declarado sujeto de derechos por la Corte Constitucional colombiana, y a su vez, es la fuente de ingresos más importante del departamento, ya que su facilidad en transporte fluvial, su ayuda a los sistemas de riego, cultivos, producción de comida, y dinámicas extractivistas, ha servido de sustento para miles de Chocoanos. 

Sobre el río vive la gran mayoría de familias afrodescendientes e indígenas de los corregimientos y cabeceras municipales del departamento, que muchas veces se ven en riesgo porque la fuerza del agua se lleva los cultivos y enseres de las familias rivereñas cuando llueve muy fuerte en la parte alta, afectando así a cientos de personas. Pero como vivir en la cuenca del río es estratégico por distintas razones entre esas las agropecuarias, las comunidades toman medidas como levantar sus casas hasta tres metros del suelo sobre parales en madera, que se convierten en plataformas altas para cuando lleguen las inundaciones.

En Samurindó, corregimiento del municipio de Atrato -ubicado al suroccidente del departamento de Chocó-, que no llega a los 500 habitantes, está ubicada la casa de Yesenia Perea Ríos, una lideresa afrodescendiente atrateña de 32 años que hace parte del Consejo Comunitario de su corregimiento. Su casa está en el borde del Río y tiene una estructura con seis escalones y más de ocho parales en madera que mantienen en lo alto su casa. Muchas veces, afirma ella, le ha tocado subir sus bienes en los lugares más altos de su casa, por si el Río se llega a subir mucho cuando ella no está.

Yesenia participó como representante de su Consejo Comunitario en las capacitaciones que se hicieron en el municipio de Atrato, sobre gestión del riesgo de desastres en el marco del proyecto “Hacia Territorios más Resilientes: Enfoques Étnicos para la Gestión del Riesgo de Desastres en Colombia”, liderado por la Federación Luterana Mundial, en asocio con la Organización Nacional Indígena de Colombia – ONIC, y con el apoyo del programa de preparación ante desastres de la Comisión Europea, conocido como DIPECHO, entregando todo su conocimiento sobre cómo debería hacerse una adecuada gestión del riesgo con enfoque diferencial, hablando desde su experiencia como lideresa.

En esta región del Chocó es muy común que las comunidades sepan e interpreten mensajes de la naturaleza cuando va a llover, o cuando se va a crecer el río. El árbol de Yarumo es uno de los más comunes en la selva pacífica, que tiene hojas que pueden llegar hasta los 40 centímetros de diámetro. Cuando una de estas hojas cae, empieza una lotería de interpretaciones por parte de las comunidades -prácticas que ancestralmente hacían sus mayores-, para saber qué mensaje envía la hoja que se cae al suelo o al agua. Si la hoja cae boca arriba, quiere decir que el Río va a crecer, y de inmediato las personas amarran sus canoas, levantan las cosas a lugares altos en sus casas y se preparan para las inundaciones.

Esta práctica tuvo mayor relevancia para Yesenia cuando en las capacitaciones se habló de Bioindicadores -comportamientos de la naturaleza que previenen el riesgo de desastres-, ya que para ella era una práctica ancestral y cultural de su comunidad, pero que, en el marco de una prevención y gestión del riesgo, se puede convertir en una alerta temprana para evitar cualquier tipo de desastre. Yesenia, aparte de entender que un comportamiento de la naturaleza se convierte en un sistema de alerta temprana para prevenir y gestionar el riesgo en su comunidad, también adquirió otros conocimientos. Aprendió a hacer una camilla con capa y palos, a salvar a una persona en caso de emergencia, a dar primeros auxilios, a manejar un extintor en caso de fuego, y a dialogar con la comunidad cuando se presente cualquier hecho o riesgo en su corregimiento.

Discutieron muchas veces sobre la importancia de los medidores que se instalan en los ríos para monitorear su crecimiento, pero siempre llegaban a la conclusión de que estos sistemas sólo los entiende los profesionales en el campo, ya que no hay una capacitación sobre la lectura de los mismos. Discutieron también la importancia de que las instituciones se capaciten y reconozcan los comportamientos de la naturaleza en cada una de las regiones, como un sistema de alerta temprana, porque milenariamente, las comunidades lo han hecho así. “Todos los colinos se pierden, las personas deben empezar de nuevo, toca volver a sembrar y nunca hay una ayuda para volver a iniciar, sino que toca volver a empezar (...) somos una comunidad que necesita la ayuda, siempre vivimos en esta situación de inundaciones” nos contó Yesenia sobre la situación constante en su corregimiento.

Para Yesenia el poder compartir con profesionales de la gestión del riesgo que conozcan también los procesos y las dinámicas étnico-territoriales en el departamento, fue de vital importancia, porque no sólo se respetaban las creencias y sabidurías de la región, sino que se tomaban como referentes para construir recomendaciones sobre cómo hacer una efectiva gestión del riesgo con enfoque diferencial.